Las luces del auditorio estaban bajas, pero el ambiente ardía. No era una rueda de prensa cualquiera: era la primera vez que Rafael Nadal hablaba públicamente del meteórico ascenso de Carlos Alcaraz después de que este se convirtiera —en esta historia ficcional— en el segundo jugador más joven en alcanzar los seis Grand Slams. Había expectación, tensión… y un silencio que anunciaba que algo grande estaba por ocurrir.

Cuando Nadal apareció en el escenario, los flashes rebotaron como si buscaran capturar el nacimiento de un nuevo capítulo en el deporte. Parecía más pensativo, más profundo que nunca. Y allí, frente a cámaras de todo el mundo, comenzó a hablar del joven que muchos ya llaman su heredero.
“Lo que está haciendo Carlos… es increíble”, dijo con una calma que electrizó la sala. Pero lo que vino después dejó a todos boquiabiertos.
Según esta narración dramatizada, Nadal no solo elogió a Alcaraz: lo desafió públicamente.
“Quiero que supere mis 22 Grand Slams. Quiero verlo llegar más lejos de lo que yo jamás pude imaginar.”

Los periodistas se miraron, atónitos. Nadal, el ícono más grande del deporte español, estaba empujando a su sucesor a romper su propio legado. Un gesto que muchos describieron como “el traspaso de poder más noble de la historia del tenis”.
Entonces, el campeón de 38 años bajó la mirada, respiró hondo y añadió una frase que nadie esperaba:
“Carlos no es solo un talento espectacular. Es alguien destinado a reescribir este deporte. Desde el principio supe que podía hacer historia… pero ahora sé que puede cambiarla.”
El murmullo en la sala creció, como si todos hubieran escuchado una profecía.

Nadal, marcado por batallas, lesiones y victorias legendarias, se inclinó hacia el micrófono para pronunciar el mensaje más impactante de la noche:
“¿Veintidós Grand Slams? ¿Por qué no treinta? Carlos ya ha hecho lo imposible. Ahora solo tiene que proteger su cuerpo… y el mundo será suyo.”
El auditorio estalló en aplausos.
Detrás del escenario, según esta ficción, Alcaraz —que había visto todo en una pantalla gigante— no pudo contener las lágrimas. Corrió hacia Nadal y lo abrazó con una emoción cruda, sincera, casi sagrada. El mundo del tenis fue testigo de un momento único: el rey que reconoce al príncipe… y le pide que sea más grande que él.