La mañana del 23 de junio de 1998 Brasil despertó como si el tiempo se hubiera detenido. A las 2:30 a.m., una noticia devastadora comenzó a recorrer el país en susurros que pronto se convirtieron en llanto colectivo: Leandro había muerto. Tenía solo 36 años. En cuestión de minutos, hospitales, radios y televisores se llenaron de gente incrédula, aferrada a una última esperanza que ya no existía.
Durante semanas, el país había rezado en silencio. Pocos sabían la gravedad real de su estado. El tumor torácico gigante que lo consumía había avanzado más rápido de lo que cualquiera imaginó, y según versiones cercanas, Leandro nunca quiso que el público lo viera debilitado. Hasta el final, mantuvo la imagen del ídolo fuerte, ocultando el dolor incluso a muchos de los suyos.
El velatorio en el Palacio 9 de Julio de São Paulo fue una escena imposible de describir sin estremecerse. Más de 20,000 personas llegaron antes del amanecer. Algunos se desmayaban, otros cantaban entre sollozos, y muchos simplemente se quedaban en silencio frente al ataúd, incapaces de aceptar la realidad. Velas, flores y rosarios cubrían el lugar como si el país entero hubiera decidido arrodillarse al mismo tiempo.
El momento más desgarrador llegó con Leonardo. Su hermano, su voz gemela, su otra mitad. Llegó directo de un show, aún con la ropa del escenario, y al ver el ataúd se derrumbó. Testigos aseguran que gritó su nombre, llorando como un niño. Colocó un rosario sobre el pecho de Leandro y permaneció varios minutos sin poder moverse, mientras la multitud rompía en llanto con él.
Cuando el féretro fue trasladado a la Catedral de São Paulo, la ciudad colapsó. Se esperaba a 60,000 personas, pero llegaron muchas más. Las calles quedaron bloqueadas por fanáticos que caminaban kilómetros solo para despedirse. Algunos llevaban discos, otros fotos viejas, otros a sus hijos pequeños, diciendo: “Crecí con su música”.
Lo más impactante fue que todo esto ocurrió en plena Copa del Mundo de 1998. Brasil, el país del fútbol, apagó la fiesta. Las transmisiones deportivas fueron interrumpidas para mostrar el funeral en vivo. Por horas, el balón dejó de rodar. El luto fue nacional.
Leandro dejó tres hijos pequeños, una carrera en la cima y una historia que jamás pudo terminar. Dejó también una herida profunda en la música brasileña. De Goiás al corazón del país, su voz cruzó generaciones, clases sociales y regiones.
